Será porque la fecha me recuerda que se cumplen diez años del ínfimo y drástico final de nuestra posmodernidad. Será porque estuve toda la mañana y la tarde tomando exámenes a casi un centenar de alumnos de edades entre 13 y 14 años, y preguntándome a mí misma si alguno de ellos entiende qué cosa es un examen (cuáles son las leyes del examen). Será que una vez más frente a las hojas en blanco y los aplazos vuelvo a preguntarme en qué cosa se han convertido nuestras escuelas públicas, estatales, por qué los pibes no estudian y se obstinan en ello, por qué no aprenden.
Dos frases de alumnos reprobados (lo dicho: hojas en blanco, ejercicios penosamente borroneados):
Uno: "Y sí, me saqué un uno. Igual no voy a estudiar"
Dos: "Entonces, lo que hice durante todo el año, ¿no vale nada?"
No se trata de transgresión o rebeldía, para eso sería necesario que el transgresor reconociera una ley que transgredir, y el problema parece residir más bien en que carecemos de un sistema de pautas fijo y estable que determine lo que es correcto de lo que no lo es. Hace falta pensar. Pensar la escuela estatal en una era sin Estado.
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