Hace quince años, cuando empecé a trabajar en una escuela del conurbano bonaerense me sorprendía ver que los alumnos se escribían el nombre en sus antebrazos usando la punta del compás. ¿Adónde hubiéramos ido a parar sin el desarrollo notable que adquirieron piercings y tatoos en estos años?
Recuerdo que también se quemaban el dorso de las manos mediante el procedimiento de vaporizarse desodorante a flor de piel y por tiempo prolongado, con lo cual lograban una quemadura perfectamente circular que tarda largas semanas en cicatrizar. Aunque esto último no sé, pudo haber sido a fines de los noventa, pudo haber sido ayer. En diciembre mi memoria ya no es muy buena.
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