lunes, 18 de junio de 2012

Uno

Tenía un trabajo en la escuela secundaria, era profesora de matemática,  ganaba poco y no tenía perspectiva ni reconocimiento.  Detestaba su trabajo pero pensaba que de alguna forma oscura también  le gustaba, sobre todo cuando oía las quejas interminables de sus colegas en la sala de profesores, un lugar con poca luz y muchas sillas que durante los diez minutos del recreo se poblaba de todos los lugares comunes con que los profesores describían a sus alumnos y los criticaban.  Entonces, ella pensaba que no era así y se imponía a sí misma una regla inviolable:  nunca quejarse de sus alumnos.  Pero carecía de argumentos muchas veces, y se callaba incómoda.  Se sentía a la vez común y diferente, trivial, como algo que se pone de moda.
En el aula ella solía perder el control.  Al empezar, gritaba para que le prestaran atención, cosa que finalmente obtenía de manera bastante aceptable pero nunca suficiente.   A veces, los alumnos descaradamente usaban sus netbooks para conectarse a Facebook en la clase.  Ella los llamaba al orden con firmeza  pero sin resultados y acababa intentando sacarle el aparato de las manos.  En general el chico o chica se aferraba a la computadora y empezaba un tironeo  que regocijaba a toda la clase y cuya ridiculez le resultaba patente, obvia pero inevitable:  no iba a dejarse vencer.  En general ganaba, y se iba a su escritorito con el trofeo.  El alumno se quedaba ofuscado y sin convicción para reclamar, después de todo sabía que había hecho algo indebido, sin estar muy seguro de qué.  Otras veces obtenía un éxito parcial, tenía que negociar y la netbook quedaba en poder del alumno pero apagada.  La clase seguía su rumbo incierto como un barco en problemas. 
La escuela era triste y deprimente, sucia, pintada de un blanco tontamente asociado a un gris sin mucha definición. Una combinación de tonos insoportable como una vida sin esperanza.  Cuando uno entraba a las aulas, especialmente en el turno de la tarde, el suelo estaba sembrado de servilletas usadas, cartocitos que conservaban la grasa de los panchos, botellitas de gaseosa Goliat, envoltorios brillantes y coloridos de alimentos de dudosa capacidad nutricional, restos del menú diario de los alumnos y que tal vez explicaba, al menos en parte su inminente deterioro neuronal, la terrible modorra de la tarde, las inevitables indigestiones que hacían que se durmieran  sin remedio sobre las mesas y hubiera que llamar a algún familiar para que viniera a buscarlos.  Ella pensaba que cuando la madre o el tío o el vecino que viniera a buscar al enfermo súbito viera el deplorable estado del aula, sus paredes desnudas, los bancos incómodos y escritos, no solo se llevaría al joven en cuestión a su casa sino que se ocuparía fervientemente de sacarlo del establecimiento educativo para inscribirlo en otro más civilizado o al menos más confortable.  Pero no.  Ni siquiera se escandalizaban, ni pedían entrevistas con los Directores para solicitar explicaciones sobre el ambiente insalubre en el que habían visto que estudiaban sus hijos.  No.  No hacían nada de eso.  No hacían nada.  tal vez porque resignadamente sabían que cualquier escuela pública tendría una decoración similar.  ¡La escuela pública! eso era lo que había que defender, la convicción de algo imposible, pero vital, un acto de fe o de desesperación.  La escuela pública, errante y resistente como esas mariposas que siguen volando por un tiempo indeterminado aunque se les arranque la cabeza.

domingo, 17 de junio de 2012

sábado, 16 de junio de 2012

Los funerales del amor

"Adoptaría la postura, como debe hacerlo una persona, la ignoracia como misterio, el misterio como fe; el alimento como sexo, el sexo como amor, el amor como odio; el odio como trascendencia.  ¿Esto era una religión o una extraña matemática?"
Lorrie Moore
Negocio inmobiliario.

sábado, 9 de junio de 2012

Literal.

Mientras leía esto pensaba que el capitalismo es el opio de los pueblos.
Lo mejor de las metáforas, es que pueden ser tomadas al pie de letra.

viernes, 8 de junio de 2012

La educación empieza por la imaginación. La imaginación empieza por la esperanza.  La esperanza empieza por el deseo.