jueves, 23 de julio de 2015

Nos hemos consagrado a las vacaciones de invierno.  Buscamos opciones, planificamos horarios y coordinamos programas.  Salimos. Gozamos hasta del viaje en subte. Llevamos provisiones, el mate siempre fundamentalmente porque es barato, caliente, dulce y nos da energía en todo momento y lugar.
Hace frío pero llevo una enorme bolsa donde guardar abrigos, gorros y bufandas mientras disfrutamos de la calefacción de los teatros, museos y bibliotecas que visitamos.  En todas partes hay niños, niños con sus padres, sus tíos o abuelos, niños con personas que los aman y que se consagraron a ellos, que pensaron en ellos y en colores, en música y en sonidos diferentes, hermosos, para ellos.
A nosotros nos gusta mirar las caras de nuestros hijos en cada paseo.  Atesoramos sus expresiones de asombro, concentración, interés.  Esas caras nos dicen todo y nos alejan de una vez (y de algún modo para siempre) de los horrores de este año electoral.
A la tardecita, de regreso a casa, contamos los tesoros del día: las fotos de una visita guiada, los dibujos del taller de manga, la anécdota de la pelicula japonesa que se cortó diez minutos antes del final. Luego nos miramos y nos preguntamos ¿Qué quieren hacer mañana?

sábado, 4 de julio de 2015

Socializar.

En general no me gusta la gente."Si pudiera llevar una pequeña muralla portátil llena de arqueros, lo haría".
Sin embargo, todos los viernes voy a desayunar con las mamás del grado de Miguel.  Tomamos mate o café con tostadas de pan de campo o budín de limón. charlamos durante una hora y después nos vamos a trabajar.  No sé si somos amigas, mejor dicho somos una clase de amigas.  De algún modo sentimos que la vida social de nuestros hijos depende de la nuestra así como ellos aún dependen de nuestros cuidados en materia de alimento, abrigo y amor. Si los padres se llevan bien, ellos se llevarán bien.  Es simple. Y abrigo la esperanza de que Miguel pueda superar mi naturaleza ermitaña.