lunes, 31 de mayo de 2010

Ahora, bizcochuelo

El viernes, al llegar a la escuela de Villa Concepción  a las 7:30 h me encuentro con una prolija notita junto al libro de firmas.  "En vista de que la escuela no cuenta con ningún tipo de recursos para material didáctico...surgió la propuesta...que cada profesor traiga un bizcochuelo para ser vendido en el recreo a los alumnos... a fin de recaudar fondos..."  Lo firma una profe de sociales.  ¡Ay!  mi desazón es enorme.  Hasta hace un par de meses, teníamos que traer azúcar para que los pobre alumnos  pudieran desayunar un mate cocido.  Hoy resulta que esos alumnos cuentan con recursos para aportar a la inexistente caja chica de la escuela con la compra de una porción de bizcochuelo.  Pero la constante es que son los profesores los que vuelven a aportar de su bolsillo:  sea azúcar, sea torta.  ¿En qué momento la escuela se transformó en un gran buffet atendido por sus docentes?
Solo suspiré y no me anoté en la lista de aportantes a la repostería escolar.

domingo, 23 de mayo de 2010

Historia del llanto

Hoy llovió hasta decir basta.
Fuimos a un café a leer.
Vas a ver, me dijiste, es como estar en el campo.

Huck y Jim en su balsa
río abajo
Qué aventura extraordinaria:
un niño, un negro, una balsa, un río.
Navegar en una balsa es como caminar sobre el agua.
Así me siento a veces
y entonces, me echo a llorar.
El Misisipi cuando pasa

viernes, 14 de mayo de 2010

Carta de una docente de San Martín agredida en el patio de la escuela por la madre de una alumna.




A mis compañeras
A mis alumnos
A sus padres

Cuando decidí escribir estas líneas, pensé y repensé, en cual debía ser mi actitud luego de los hechos de violencia padecidos, en como iba a pararme nuevamente frente a mis alumnos y a sus padres
Sentí, la brusca mezcla de impotencia, bronca y desolación.
Sentí eso y mucho más, pero estas amargas sensaciones fueron cambiando a partir de la inconmensurable muestra de solidaridad expresada por parte de mis compañeras de trabajo y del cariño de ustedes que también me llegó.
Ellas, mis COMPAÑERAS, me hicieron sentir contenida y comprendida. Me diluviaron en palabras y en gestos de protección.
Comprendí además, que todos estamos heridos en el corazón, porque nuestro lugar ha sido profanado, una vez más por la violencia.
Este lunes, sentí el peso de mi profesión y me di cuenta que el respeto a mi guardapolvo pudo más que mi propio instinto, y me llevó a bajar los brazos ante la agresión sufrida.
Lamentablemente debo decir que si yo hubiese sido la agresora ya estaría sumariada y separada del cargo. Siendo una vez más, nosotros/as, los trabajadores/as, la injusta variable de ajuste.
Luego de la agresión padecida, siento la impotencia de tener que recluirme en casa de no poder estar frente a mis alumnos, al lado de mis compañeras para aguantar juntas la difícil situación de sentir el peso del sistema.
Sin embargo, pensé en la palabra y me dije: Aún tengo la palabra y por eso me atreví a estas líneas.
En un sistema educativo en el cual nosotros cargamos con todo el peso del abandono, la violencia se transforma cada vez más en la voz trágica
Luego de tanto andar hemos llegado a un límite que no debemos volver a cruzar, juntos debemos decir:” ¡Basta! ”, “No más agresiones”, los seres humanos queremos y necesitamos: respeto y reconocimiento.
Se que mi lugar en el mundo, esta en las aulas, enseñando algo más que contenidos, defendiendo la escuela pública, al lado de mis compañeras y sacando todas las conclusiones del caso.
Está en nuestras manos actuar consecuentemente.
Hoy, más que nunca creo en la palabra, no creo, ni voy a creer en el hecho de que no se puede hacer nada ante esto que padecimos todos.
Hoy entiendo un poquito más, la frase del poeta uruguayo Salvador Puig: “Las palabras no entienden lo que pasa...”

Las palabras no entienden lo que pasa:
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las
paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:

–Vuelve a luchar Ramón, aunque te mueras...

Las palabras no entienden lo que pasa.

Gabriela V. Perez

miércoles, 5 de mayo de 2010