jueves, 27 de septiembre de 2012
Cualquiera que se haya dedicado el tiempo suficiente a la docencia desarrolla la habilidad, mezcla de telepatía con paranoia, de ver lo que ocurre a sus espaldas, en el aula mientras escribimos en el pizarrón. Estoy copiando unos ejercicios y puedo ver detrás mío cómo el alumno Ramírez, sentado del lado de la pared a la derecha del aula le tira Pitusas de frutilla a un hambriento compañero sentado junto a la pared opuesta con la consiguiente algazara en el curso. Como corresponde me enojo, expulso al lanzador del aula y el paquete de galletitas queda, sermoneada mediante, bajo la custodia de la preceptora. Después de un rato dejo que Ramírez vuelva a sentarse en el incomodísismo banco para dedicarse a las fracciones donde seguirá preguntádose si yo tengo realmente derecho a quitarle la comida.
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