jueves, 25 de octubre de 2012

Para qué

Suele pasar que la clase no se arma.  Mejor dicho, la experiencia cotidiana es una clase que no se arma, donde todo es interrupción, disparate, salidas desopilantes y también desesperantes.  Siempre estamos en la situación de no poder remontar la clase, sobre todo porque ella nunca ha sido montada, no en el sentido tradicional en que nuestra memoria escolar piensa, aún hoy, una clase.  Sin embargo la atención, curiosamente, no decae, y parece que hay un esfuerzo por entender, por atrapar algún concepto o aunque más no sea, un esfuerzo por lograr cierto mecanismo aceptable de respuestas.  Aunque a primera vista no hay más que dispersión, hay una demanda de los alumnos, (esa y no otra es también nuestra esperanza) solo que no sabemos nunca bien cuál es.  ¿Una demanda de inclusión?  Hemos aprendido a tomar esta expresión con extremada prudencia, cuando no, con desconfianza.  En todo caso, lo que más agradezco es cuando en el caos aparente de la clase, algún pibe pregunta con una mezcla de desesperación e ilusión: Profe, ¿para qué sirve todo esto?

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