lunes, 23 de abril de 2018

NeverEnding

Hoy bajé del colectivo a una cuadra de mi escuela.  La calle estaba cortada, todos los pibes en la esquina.  No era un piquete contra el cierre del bachillerato de adultos ni por el reclamo de ventiladores que funcionen en las aulas.  No había banderas políticas, no había consignas.  Solo pibes en la calle y preceptores y profesores ansiosos por no perder ninguna oveja del redil.  Era una especie de evacuación por una falsa amenaza de bomba.  Nunca hubo y predigo que nunca habrá un protocolo de evacuación que no sea sacar al alumnado a la calle a esperar que la policía decida cuándo pueden volver a entrar, después de una revisión de las aulas (a eso lo llaman operativo).  El día es tan gris y banal como la situación.  Solo esperamos.  Algunos chicos dicen que si pueden ir al baño a McDonalds.  Ellos siempre quieren ir al baño.  Finalmente nos permiten volver a entrar.  Todavía tengo ante mí una hora y media de clase.  ¿Qué se puede enseñar en lo que queda del tiempo? La bomba no era bomba, la amenaza era falsa, eso se sabía desde el principio.  Estuvimos en la calle esperando que la policía no encontrara nada, un acto completamente inútil, como sería intentar ahora resolver una lista de cálculos combinados. El desierto ha avanzado y nos devora como la Nada de La Historia sin Fin.  Pero no es cierto que el humano sin esperanzas es fácil de controlar, no.  Es precisamente aquel que espera, aquel que se abandona a la espera y sigue esperando indefinida e inútilmente, el que es totalmente controlable por el poder. Tengo que jubilarme.

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