Mi trabajo es educar. Mi trabajo es imposible. No concibo que alguien en plena posesión de sus facultades decida por su propia voluntad hacer este trabajo en lugar de cualquier otro. Y sin embargo aquí estoy, profesora de escuela secundaria, un trabajo de perdedores e infelices. O de gente muy buena y muy ingenua.
Ante todo, mi trabajo requiere aguante, perseverancia, justicia, previsión y amor.
Me pagan por enseñarle al que no quiere ser enseñado. Más aún, me pagan por querer a quien no quiere ser querido. Y ciertamente me pagan muy poco por todo eso.
Los resultados son siempre magros y desalentadores. Cada año de mal en peor. Son muy pocas las cosas que me alientan a seguir. La risa de mis hijos es una de ellas.
Ver sus caritas felices por la mañana cuando lo llevo a la escuela y me voy a trabajar.
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