sábado, 25 de septiembre de 2010

Tribulaciones de una madre de familia

La infancia es por definición la edad en que se carece de lenguaje. Los niños no tienen la palabra.  Ellos nos hablan, sí, pero aún están en un proceso de apropiación de la lengua y además su voz nos llega aproximadamente a la altura de nuestras rodillas.  Los niños saben esto, saben que aún deben ser hablados por los adultos.  Pero los adultos no siempre tienen un registro de lo que es el lenguaje para un niño.  No todos saben que para hablarle a un niño hay que ponerse a su nivel, agacharse para escuchar y para mirarlo a los ojos. No todos advierten que para el niño el lenguaje es literal: ellos no captan metáforas, sentidos figurados o supuestos.  La mayoría de los chistes le resultan incomprensibles.  Un chico puede ser muy alegre pero carecerá de "sentido del humor", porque no comprende el doble sentido del lenguaje.  En efecto, para el niño el lenguaje se corresponde punto por punto con la realidad, no sabe lo que es una mentira, o dicho de otra manera, para ellos no hay casi diferencia entre un chiste y una mentira.
Mi hijo sale del jardín y me da una carta que escribió a la mañana, dice: "Mamá, hoy la pasé mal, Martín me molestó toda la mañana".  No le pregunto "¿qué te dijo?"  porque sencillamente él no se va a acordar.  Solo recuerda que el compañero lo molestó y que él la pasó mal.  Pero lo más importante es que  él me escribió una carta, y ese envío es un pedido para que yo hable por él, y eso hago.  Porque esa es una de las principales tareas de los padres, estar atentos y advertir cuándo un hijo necesita ser hablado por el padre, mientras, lentamente, aprende a hablar por sí mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy bueno