miércoles, 8 de diciembre de 2010

Diciembre

En la escuela, diciembre es el mes más cruel.  Se obliga a los alumnos a asistir hasta los últimos días de la primavera con treinta y tantos grados de calor en aulas con ventiladores que giran casi tan rápido como el segundero de mi reloj.  Después de cerrar las notas del año, el 30 de noviembre es la fecha mágica y final para aquellos estudiantes que "aprobaron".  Los otros, los que se llevaron la materia, (se la llevan como una carga de la que serán liberados luego de un necesariamente tortuoso examen) deben seguir asistiendo a clases llamadas de "orientación" (la terminología de la dirección de escuelas bonaerenses es siempre tan optimista como imprecisa)  El primer día de la orientación, pues, el aula aparece bastante poblada pero los días siguientes el desgranamiento es evidente y aún más si se trata del turno tarde.  Los estudiantes, aunque algunos, hay que decirlo, intenten demostrar entusiasmo, ya no dan más. Y los profes, ni hablar.  Pero a veces, ese clima soporífero que anuncia el verano permite alguna charla, algún alumno tiene ganas de contar algo, un viaje de té de flor, por ejemplo, y esto de relatar no es frecuente, porque como sabemos los adolescentes prefieren callar e incluso a veces después de permanecer en silencio, creen haber dicho mucho.  Y yo, esta vez, aburrida ya de "explicar" (parece que esa es la tarea por excelencia del docente) estoy dispuesta a escuchar. 

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