lunes, 18 de octubre de 2010

El cazador furtivo

Cuando yo era chica había muchos libros en casa, casi no había habitación que no tuviera su biblioteca. Era inevitable leer, pero más difícil era leer sin que nadie supiera qué libro estaba uno leyendo.  En aquel entonces tuve que inventarem estrategias para una clase particular de lectura: la lectura secreta, íntima, a escondidas de mis padres y de mis hermanos.  Desarrollé luego una particular imposibilidad de leer en bibliotecas y en cambio, los colectivos y los bares son mis lugares preferidos, a veces obligados, de lectura.  Lugares públicos donde, a pesar de estar ahí o precisamente por eso, nadie se va a fijar en lo que estoy leyendo.   Porque muchas veces  uno lee tan para sí, tan apartado del mundo, con una lectura tan intransferible.  Y muchas veces, leer es un robo.  Una acción que de alguna manera ronda el delito (El ojo que lee es como el cazador furtivo) y requiere el anonimato del lector.
Ayer, nuestro hijo de seis años nos preguntaba "¿De qué se trata ese libro que estás leyendo?" Padres sobreprotectores a pesar nuestro o tal vez demasiado preocupados por cuidar nuestras sagradas y escasas horas de sueño de las eventuales pesadillas de nuestro retoño, las  que juzgamos altamente probables si le contamos la historia del texto en cuestión, (Otra vuelta de  tuerca de Henry James), contestamos de manera totalmente insatisfactoria a la demanda de argumento.  Es un libro de terror, ya lo vas a leer cuando seas más grande, y demás vaguedades frente a las cuales el pequeño, ávido lector, responde con decisión:  "¡No me importa si no me quieren contar, ya les voy a robar el libro y lo voy a leer!"

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