viernes, 10 de junio de 2011

Lo que me compete.

"Por más que me lo explique mil veces yo no lo voy a entender nunca"  Ser profesora es tener que escuchar esta frase lapidaria y pensar qué hacer, aunque el primer pensamiento que me viene a la cabeza es decirle que entonces se dedique a otra cosa.  Pero sacando el hecho que en nuestro sistema educativo nadie puede dedicarse a otra cosa, especialmente si tiene trece años, ser profesora es tener el deseo de enseñar aunque sea imposible o precisamente porque es imposible.  A la clase siguiente compruebo (¿cómo no me dí cuenta antes?) que el alumno en cuestión, no sabe leer.   Cuando le pido que lea, titubea, silabea y no puede terminar el renglón.  Una vez más,  un chico de trece años que llega a la escuela secundaria sin saber leer.  Una vez más, me indigno, ¿cómo puede ser que en seis años de escolaridad primaria a nadie le importara que este chico no supiera leer?  ¿cómo voy a hacer yo para enseñarle a leer en la clase de Matemática en un curso de treinta salvajes de los cuales veinticinco tienen los modales de godzilla? (¿también tengo que enseñarles modales?)
Este tipo de situaciones tiene numerosas implicancias.  Pero una es, para mí, segura:  no voy a poder, como lo tenía planeado, terminar mi terapia esta Navidad

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